sábado, noviembre 15

Luz de día.



No podía conciliar el sueño, fue un tanto sorprendente el darme cuenta de como he cambiado en los últimos años. Encontré escritos de hace tiempo, y me quede leyendo hasta la madrugada.


Ya pasaron los días de Septiembre. Ya empieza a sentirse mas el otoño, se siente mas frío el aire en las tardes, ya empieza a aterdecer mas temprano. Todo eso me recuerda que, también empieza una de las temporadas que disfruto más. Es la temporada para alimentarme....


En esta temporada, casi en cualquier lugar puedo agenciarme alimento; está por todo lados. Y, aunque puedo devorarlo en cualquier lugar, prefiero llevarlo a casa. Cazar es estimulante, pero, cuando tienes bien desarrollada la técnica, puede parecer trivial.


Cuando estoy ya en la casa, con mi alimento, es como una ceremonia. Me fascina su piel, su olor, su textura. Disfruto unos momentos de su textua, de su aroma. Probablemente sea lo que más me gusta de todo el proceso; el sentir el aroma de su piel, es tan efímero, pero, tan pleno cuando estoy en el proceso .... es casi una lástima el tener que arrancar la piel para poder comer.



Dejo a un lado la piel, trato de no derramar la sangre de mi alimento, a veces no puedo evitarlo. También en este momento todo inunda con su olor mi casa. Es curiosa la sangre. Me encanta desgarrar su carne con las manos, y senir como se humedecen con ella. Puedo terminar escurriendo de las manos, los antebrazos: al final, lo que importa mas es tener la carne en mis manos, y poder consumirla. Pero, en la cara, prefiero no ensuciarme con la parte líquida; procuro que no se escurra en mi cara, aunque, a veces, alguna gota se escapa de mis labios, y rueda por mi barbilla, por el cuello... si solo son unas gotas, de ese color rojo intenso, eso me puede parecer casi erótico.


Y, así es la parte principal del proceso. Tomar los trozos, los pedazos de carne, y dejar que inunden mi boca. Sentir el sabor, la textura, lo fibroso de la carne; pasearla por la boca hasta que, sea necesario hacer espacio para el siguiente bocado. A veces es muy rápido todo el proceso, otras es lento y muy pausado. Una vez que se arranca la piel, lo mejor es consumir todo.


Total, que así funciona el día a día, simplemente sobrevivo. Me intriga la tendencia humana a adorar a los monstruos. Pero, en fin, que así pasan los días y veo como trata de funcionar la gente, como se mienten ellos mismos, como se creen sus mentiras y pretenden ser felices; o al menos, pretenden no preocuparse, llenando de pretextos los días, y de mentiras su alma. ¿Es mejor una vida arruinada, que una vida mediocre?


Realmente no lo sé, y no me importa. La única relevancia que tienen estas conjeturas es que, investigando en mi pasado, me he dado cuenta de que no siempre ha sido así. No siempre preferí la soledad y la lejanía que me permite ver como se porta la gente. Hoy descubrí escritos que reflejan algo sorprendente. Alguna vez yo fuí la victima.


Anoche me alimenté como acostumbro, tome partes de un alma que, tal vez, me podrían servir de algo; le arranque creencias y valores, que ya no me sirven de nada, y que tampoco servirán a quien despojé de ellos. Probé algo de sangre, no demasiada. Tomé solo un poco, solo lo necesario para calmar el ansia, dejé bastante en cuerpo que me alimentó, para que pueda sobrevivir y servir en otra oportunidad…. Vi cosas que cautivaron mi atención; las tome en mis manos para verlas, para tratar de entenderlas, las dejé en donde estaban, pero eso no es un proceso indoloro; sé que mi curiosidad es como la de los científicos, no intenta dañar, pero cambia al sistema que es observado. Al regresar esas partes al alma que tomé, las cosas no son como eran antes. Quedan esas gotas de sangre que salpican al arrancar los pedazos del alma, y como cuando se desarma un reloj, hay piezas que no se en donde poner, así que cuando trato de armar nuevamente el sistema original, generalmente todo queda hecho un desastre.


Así que ahí estaba yo, quitándome la sangre de las manos y de mi ropa, despegando los girones que quedan en mis manos, leyendo escritos de un pasado que me cuesta trabajo reconocer. Asombrado de darme cuenta de que en algún momento cambié de papel en la cadena alimenticia, pero, por algún motivo, no puedo recordar cómo se dio el cambio. De no haber encontrado estos escritos, no podría creer que alguna vez no era un cazador. Me siento tan acostumbrado a esta piel, cazar, como dije, es algo natural en mí. ¿Cómo, por qué cambie así? Pase algunas horas tratando de armar el pasado, tratando de entender en qué momento cambié de extremo, pero, no pude recordarlo. La luz del día me recordó que tendría que cazar en unas horas, así que retomé la rutina.



4 comentarios:

Pável dijo...

El ingeniero pasó del blanco al negro en el tablero de ajedrez, de un secular alfil a un caballo que no obedece a más órdenes que las de sus cascos que piden avance en medio de la noche.

El ingeniero cree que ha cambiado, pero no es así. Un cazador no se hace preguntas sólo casa. El ingeniero sólo es una víctima que se busca a sí misma en infinidad de pieles, tratando de reconocer en esa sangre, en ese sudor, en esos cabellos, los trozos de sí mismo que ha dejado prendados cada día en los percheros de los espacios cerrados donde acude al trabajo.

El ingeniero no nota que no es cazador, ni siquiera ingeniero. Es un filósofo que se ruboriza cuando le insinúan que lo es, niega y renuncia, mueve la cabeza y hasta se rie un poco de la idea porque, de alguna forma, le duel saber lo que es.

El no-ingeniero, el filósofo, el no-cazador, tiene un chico que le mira con las pupilas abiertas como platos, y que le regala flores para que las deshoje cuando quiera.

Pável dijo...

Sólo casa, sólo caza. Solo, casa. Lo que sea. Jajajajaja.

Pável dijo...

En mi defensa puedo decir que la s y la z están juntas en el tablero. Y claro, que ya es de madrugada.

Pável dijo...

le duele, le duele. Ay Pavelo, ya ni la amuelas.