jueves, noviembre 29

Lo que vemos, y lo que queremos ver…..

Recuerdo como hace varios años, fue todo un suceso comercial la película americana “Día de la Independencia”, la clásica película gringa en la que los americanos salvan por n-ésima vez el mundo; en este caso en particular, lo salvan de un ataque de invasores extraterrestres. Recuerdo bien que toda la parafernalia y el marketing influyeron tanto que era la conversación obligada durante esas semanas. ¿Quién la había visto ya? ¿Les gusto? ¿Qué opinaban de la película?

Según recuerdo, los comentarios más frecuentes que escuché indicaban que la película definitivamente era muy mala. Consideraciones acerca de la historia, de lo ilógico que resultaba, de lo absurdamente chauvinista de la película, la gran mayoría coincidía en que la película no era, por mucho, lo esperado.



En lo personal, mi aversión a las multitudes me motivó a preferir otras películas menos atestadas y que prometía mejor sabor de boca. Sin embargo, meses después, no recuerdo bien porque, pero me encontré en la situación siguiente: Solo, en casa de mis padres, no me podía salir de la casa y tenía que esperar a que alguien regresara (no recuerdo porque). Ah, y con en DVD de la película mencionada como la alternativa clara para hacer más llevadero el tiempo; así que pues la vi. Y fue una sorpresa, porque me divertí bastante. Claro, nunca diré que es buena esta película, pero si me divertí. Lo que más me sorprendió es ese mecanismo que se dio para tener una impresion personal tan diferente de las percepciones comunes acerca de esta obra. Creo que la gran diferencia la hizo un punto en particular: la expectativa que se tenía de la película. La gran mayoría de la gente acudió al cine esperando ver una película fantástica, pero al comparar la película real con las expectativas creadas, resultaba francamente malísima. Para mi, fue al revés, escuché tanto que la película era un bodrio, que, al verla, no esperaba nada, y cualquier elemento positivo, por pequeño que fuera, era una ganancia.


Hace unos días conversaba de algo similar con un compañero de la oficina. Resulta que él también es bastante alto; la conversación nos llevó a comentar que, a pesar de nunca haber sido personas de las que se agarran a golpes, el estar alto siempre ayudó a mantener a los brabucones de las escuelas elementales, alejados. Y nunca aprendí a pelear.
En un curso opcional que tomé en mi anterior trabajo, durante mi evaluación, me felicitaron por la tranquilidad con la que expuse, y remarcaron como una fortaleza la capacidad de proyectar calma y seguridad durante mi exposición, cuando ¡Tomé el curso en primera instancia, por el pánico que me da el hablar en público! . No podría haberme sorprendido más esa retroalimentación….


Y, buscando situaciones similares, creo que todos tenemos algún tipo de anécdota en el cual se pueden ver esos elementos. ¿Qué es lo que vemos? ¿Cómo percibimos a las personas y cosas que nos rodean? Me queda claro que la visión, la percepción que tenemos en general esta distorsionada por una serie de elementos internos y externos, que influyen en nosotros de forma determinante.

En algún libro leí que, solo podemos observar aquello que alcanzamos a ver, y solo alcanzamos a ver las cosas que existen dentro de nuestra mente. Me parece cierto….


Nos influye la actitud, la educación, los prejuicios, el estado de ánimo, el clima, la experiencia, en fin, son tantos las variables que influye nuestra percepción que, parece abrumador el pensar en aislar la realidad de los elementos que afectan nuestra percepcion de la misma.


Hace algunos días también recibí un correo muy interesante; una reflexión que versaba acerca de cómo, durante nuestra interacción diaria con otras personas, muchas veces nos vemos afectados, o nos sentimos heridos por la forma de reaccionar de las personas, y tal vez nunca nos ponemos a pensar que, la reacción de la persona, debe obedecer en un 90% o 95% a lo que ha experimentado durante el día, y solo en una pequeña porción de esa reacción realmente es consecuencia de lo que nosotros hicimos.


Entonces, ¿Somos islas dentro de un mar de subjetividad? ¿Solo alcanzamos a ver una pequeña fracción de lo que realmente somos? ¿Qué vemos? ¿Qué percibimos? Adicionalmente, somos seres cambiantes, no acabados, que estamos evolucionando….


Y, ¿Cómo distorsiona todo esto la percepción que tenemos de nosotros mismos? ¿Qué vemos en el espejo? ¿Qué queremos ver? ¿Qué queremos proyectar, y que es lo que realmente proyectamos? Cuando vi una obra de teatro, “La Loca de Chaillot”, recuerdo que en una escena , la protagonista se ve reflejada en el espejo de su armario, y grita asustada “¡¡Quitenla!! ¡¡Esa vieja loca siempre me esta viendo!!!, , en el teatro, es hilarante. En la vida real, ¿Quién es realmente la persona que vemos reflejada? ¿La persona que siempre anhelamos ser, la persona que nos ha dicho la sociedad quedemos ser, ¿Qué proyectamos? Y, ¿Por qué proyectamos eso?


Los roles, los estereotipos, los ideales, siempre están ahí, en nuestras sociedades; obsesiones constantes de nuestra cultura. El verse bien (¿Según quien?), el vestir de forma adecuada, el comportarnos dentro de cierta normatividad social; en fin……

Si quitáramos todos esos elementos, ¿Que quedaría de nosotros? La Agrado, (Todo sobre mi madre, de Almodóvar) ese personaje que puede parecer exagerado, hasta grotesco para algunos; tras su monólogo, se transforma, y nos deja ver a un ser humano con un argumento bastante interesante: algo así como “Uno es fiel con uno mismo en la medida en la que uno se acerca la imagen que se ha soñado para sí mismo”.










Y, ¿Para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo, podrían preguntarme? Pues solo pienso que, tal vez por eso, me agrade tanto la soledad. Sin testigos, sin tanta expectativa ajena, olvidándome un poco de las propias, tal vez, son esos momentos en los que alcanzo a ver mejor la isla que soy. Quitarme las máscaras, diría Bucay; pelar la cebolla, dice el libro de Grass. Puede resultar sorprendente vislumbrar a ese ente original que somos, sin la vestidura de los modelos, normas, prejuicios, miopías, autoengaños y demás ropajes con los que bailamos dentro del carnaval llamado sociedad.
Pero, despues de vivir periodos enteros de nuestra vida detras de esas mascaras, de usar esos disfraces, ¿Hasta que punto son algo externo, hasta que punto las hemos creado, afinado, mejorado; cuanto tiempo nos han acompañado? Entonces, ¿En donde termina el ser original, y en donde inicia este exoesqueleto creado por nosotros mismos? ¿Como mostrar nuestro verdadero yo, como se identifica esa frontera entre lo que somos, y lo que aparentamos ser?
Como de costumbre, me siento con mas preguntas que respuestas......

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